Fecha: 2018-12-10 01:18:01


Policía que tira


La ministra Patricia Bullrich puso en marcha un nuevo reglamento para el uso de armas de fuego por parte de las fuerzas federales que están a su cargo.

El objetivo es ampliar las facultades para que los uniformados se puedan proteger a sí mismos y puedan protegernos a nosotros frente a los ataques cada vez más sanguinarios de los delincuentes. Hoy la ministra dijo por esta radio que todas las semanas dos policías mueren asesinados.

Argentina necesita fuerzas de seguridad democráticas, de excelencia profesional, pertrechada con la última tecnología y de una honradez a prueba de bala, con perdón de la metáfora. Creo que nadie en su sano juicio se puede oponer a esto.

Pero vamos un poco más a fondo en las definiciones. Creo que el estado debe bancar a muerte a los buenos policías que se juegan la vida para defender a los ciudadanos honestos y pacíficos y debe castigar con todo el peso de la ley a aquellos malos policías que apelan al gatillo fácil y la tortura o son delincuentes que ensucian el uniforme que les da el estado.

Hasta aquí, tampoco creo que haya demasiada oposición a esta postura. Salvo aquellos que por cuestiones ideológicas están en los extremos y caen en la condena absoluta a todos los policías por un lado o los que dicen que a todos los delincuentes hay que fusilarlos.

Son dos propuestas enfrentadas, igualmente infantiles y peligrosas. Trataré de explicar los motivos. Los adoradores de Zaffaroni o de la Correpi no quieren que haya policía.

Creen que el delito es consecuencia de las injusticias del sistema capitalista y que por lo tanto los verdaderos delincuentes son los millonarios y no los que salen a robar, violar, traficar droga o asesinar. Es delirante lo que plantean pero en amplios sectores de la justicia, durante años, fue permeando esta presunta actitud humanitaria. Aquí hay varios problemas que no tienen solución.

Durante la dictadura militar la policía fue un brazo más del terrorismo de estado. Comisarios fascistas y criminales como Miguel Etchecolatz o Ramón Camps así lo certifican.

Hubo campos de concentración manejados por la policía. Eso manchó de sangre a los presuntos servidores del orden que fueron castigados convenientemente por los juicios de la democracia. Es cierto que eso dejó un fuerte sedimento de corrupción policial.

Muchos están involucrados entre los narcos, los piratas del asfalto y ni que hablar del juego y la prostitución. Pero lo cierto es que en cada policía hoy ya no está más la cara de Jorge Videla. Son en su mayoría muchachos jóvenes de origen humilde que tratan de ganarse la vida del lado de la ley.

A esas nuevas camadas hay que capacitar, controlar a fondo y premiar su arrojo y su opción por combatir a los delincuentes y no sumarse a los delincuentes. Insisto: está claro que aquel policía, gendarme o cualquier uniformado que caiga en la corrupción, o al gatillo fácil o la tortura debe ser extirpado de la fuerza correspondiente.

Pero basta de estigmatizar a todos los policías con la corrupción o la mano dura porque si no estamos perdidos y los pistoleros más feroces se van a multiplicar, se envalentonar y van a matar policías como moscas. Este es uno de los países del mundo en donde hay más asesinatos de policías.

Cada vez que hay un enfrentamiento en general todo termina con el policía preso y el delincuente libre. Esa señal es letal para la sociedad civilizada y la inseguridad va a seguir creciendo porque los policías honestos, en el mejor de los casos, miran para otro lado cuando ven un delito. ¿Se entiende?

La ecuación que hacen es muy fácil. Si los policías que flotan y hacen la plancha siguen ascendiendo por antigüedad y conservan su trabajo y su sueldo, ese debe ser el camino a imitar. Si el que se juega la vida es procesado y encarcelado, lo mejor es borrarse y que el delito lo combata magoya.

¿Está claro? El estado no debe permitir que ningún argentino cometa delitos. Y si tiene uniforme mucho menos. Pero debe apoyar y fomentar que se combata el delito.

Es sencillo, lo dijo Perón: dentro de la ley todo, fuera de la ley, nada. El otro extremo ideológico, el de la ultraderecha cruel es igualmente repudiable por la inmensa mayoría de los ciudadanos. No se puede fomentar que se tire a matar a mansalva. Es discriminatorio y fomenta el odio racial que le da a los delitos un color de piel o un lugar en la pobreza o exclusión.

Otra frase básica que necesitamos incorporar: el que generaliza discrimina. No es cierto que los excluidos o marginados sean todos ladrones, como dicen los nazis criollos. Es al revés, muchas veces las principales víctimas de los delitos son los más humildes. Les roban sus mochilas o sus zapatillas y sus hijos no pueden salir de noche ni a la esquina.

Aquí si hay una ancha y gigantesca avenida del medio. El estado tiene que perseguir y castigar todos los delitos con la mayor firmeza posible. No importa si el que lo comete tiene uniforme o no.

Pero hay que exterminar esos prejuicios de quienes ven un uniforme y ven un represor corrupto y quienes ven un morocho humilde y ven un secuestrador.

Ese camino nos lleva a la justicia por mano propia. Al ojo por ojo que termina con la sociedad ciega. Y a la venganza que es el más primitivo y reaccionario de los sentimientos. No estoy para nada de acuerdo con la pena de muerte. Además es ilegal. No existe en la Argentina. Aunque como dijo Rolando Barbano, muchos jueces presuntamente garantistas decretan la pena de muerte de hecho para las víctimas de delitos.

Pero tampoco estoy de acuerdo en que los que roban, violan o matan, entren por una puerta y salgan por la otra muchas veces antes que la familia entierre a su muerto.

No estoy de acuerdo con “el viva la pepa” nefasto de las excarcelaciones. Delincuentes peligrosos y reincidentes seriales son liberados con una facilidad criminal.

Los jueces deben comprender que gran parte de su responsabilidad es que se cumplan las penas, que los juicios sean rápidos. Es la única manera de garantizar paz y tranquilidad a las familias argentinas.

Necesitamos una policía de manos limpias y de mano justa, no de mano dura y tampoco de brazos caídos como en estos últimos tiempos. Y el gobierno debe seguir con la depuración de las fuerzas de seguridad.

Los Kirchner y casi todos los gobernadores se hicieron los tontos y pactaron con las mafias de uniforme. En la provincia de Buenos Aires, tanto María Eugenia Vidal como Cristian Ritondo metieron el bisturí para hacer cirugía mayor. Por eso los amenazan.

En la provincia, desde que llegó Cambiemos, fueron separados de la bonaerense 11.756 policías. ¿Escuchó bien? 11.756 malos policías separados. En dos años. Hay 2.127 exonerados y 776 detenidos. Todavía falta. Pero se avanzó mucho en la lucha contra la corrupción policial. Scioli y Cristina no hicieron nada. Convivieron y regentearon las mafias policiales.

¿Se acuerda de Cristina que ignoró el reclamo y dijo que era un problema de los ricos y una bandera de la derecha? ¿O de Aníbal Fernández, cuando no, que rompió el boludómetro y dijo que era una mera sensación térmica.

No hay que caer en el autoritarismo ni en la anarquía que genera pasividad. Hay que reconstruir la autoridad. Autoridades policiales y judiciales que apliquen la ley con todo rigor y sin amiguismos.

La aspiración de todos, gobernantes y gobernados, debe ser “vivir sin miedo y no convivir con el miedo”. Así de simple y contundente. El miedo es el peor veneno de una sociedad y de un individuo. Siempre el pánico nos saca lo peor de nosotros. No hay sociedad democrática sin premios ni castigos.

Es como invertir en forma perversa el orden de los derechos humanos. Solo se respetan para los que cometen delitos y no se cuida al familiar o al que padeció ese delito. Nada más reaccionario y antipopular que no defender el principal derecho humano que es el derecho a la vida. Para Cristina y su banda la víctima era el delincuente.

Hay que gritar que se apliquen todas las leyes. Todas las leyes, menos una: la ley de la selva.

Fuente: Cuarto Poder