Fecha: 2019-03-04 04:05:25


Las caras del tiempo


Los denominados refranes populares son una colección de mandatos superyoicos. Con honrosas excepciones. Pocas. Demasiado pocas.

Por Alfredo Grande

Los denominados refranes populares son una colección de mandatos superyoicos. Con honrosas excepciones. Pocas. Demasiado pocas. Lo que prueba que lo conservador puede ser popular y copular con lo más reaccionario de la sociedad. Supo haber un partido conservador popular. Y un líder, Solano Lima, que fue vicepresidente de la Argentina acompañando a Campora en la plebiscitada fórmula del FREJULI de 1973. Si lo popular puede ser conservador, pensamos que tan conservador puede ser lo no popular. Entonces estamos entre paraísos conservadores, más o menos populares, que nos hacen practicar con ahínco aquello que no podemos dejar de sostener.
Desde la democracia hasta los almuerzos de Chiquita Legrand.

Puestas así las cosas, el refranero popular es la catequesis del sometido, del resignado que dice así es la vida, no hay otra, mientras no busca ninguna, del pobre de espíritu que pide la distribución de la riqueza, cuando justamente hay riqueza como efecto que nada se distribuye.

Le gritan al Tiranosaurio Rex: “paz, pan y trabajo”, “justicia ya”, y otras verdades que se diluyen en la crueldad de la vida cotidiana. Para intentar socavar la subjetividad conservadora y popular de las grandes mayorías, siempre apelo al refrán más siniestro que en la tierra ha sido. Lo utilizo especialmente en las capacitaciones que doy en mi amada UNTER, la unión de trabajadores de la educación de Rio Negro. “Es mejor malo conocido que bueno por conocer”. Siempre que lo escucho me atraviesa una luz cegadora. Es mejor el malo conocido…. O sea: lo malo es conocer. En el sentido más amplio o más restringido, conocer es malo. Lo bueno es bueno no por bueno sino por conocido.

La monogamia se apoya en esta siniestra afirmación. Cuando decretamos que es malo conocer, desde los descubrimientos de Galileo Galilei, hasta la vecina del 5 A, lo conservador ha terminado de arrasar con lo popular. En la cultura represora los males duran mucho más que 100 años. Eso es grave. Pero más grave es cuando la catequesis manda que al mal tiempo haya que ponerle buena cara.

Pensemos qué es una buena cara. No es una bella cara, no es una tranquila cara, no es una adusta cara. Es buena. O sea: no molesta, no perturba, no cuestiona, no interpela, no desafía, no incomoda. Natacha Jaitt tenía una bella cara, pero no una cara buena. Por eso fue asesinada, más allá y más acá de su muerte.

La belleza muchas veces, diría siempre, necesita de una mala cara. Por supuesto, mala para la cultura represora, porque no solamente pretende, sino que consigue, enfrentar a sus hipócritas y letales mandatos. Cuando se afirma que “el tiempo cura todas las heridas”, quedamos atrapados en la jaula del cinismo y la crueldad. Pero esa siniestra afirmación deja la solución de todos los problemas para el mañana, para el segundo, tercer o infinito semestre, y rechaza todo aquello que sea anticiparse al tiempo.

Prevenir es mejor que curar, decía la medicina clásica antes de la peste de la llamada medicina prepaga. Ahora la prevención es apenas una ortopedia para que no tener que curar, por eso las ARS (aseguradoras de riesgo en salud, que se hacen llamar medicina prepaga) buscan afiliar a las y los sanxs, y con el mantra de las “pre existencia”, abandonan a las y los enfermxs. Del curarse en salud al no curarse en enfermedad. Eso sostiene la cultura represora, y a eso ordena ponerle buena cara. “Tiempo al tiempo”. “Vamos despacio que estoy apurado”.

El cinismo es la jactancia de los represores. Porque mientras sermonea con un tiempo que todo lo cura, secuestra el tiempo de las niñas y niños. Que deberían ser privilegiados porque son los que más tiempo tienen. Entonces hay que arrebatarles ese tiempo. Extirparlo ya, no sea que pretendan usarlo. Saquearlo sin piedad, no sea que quieran usar su tiempo para enfrentar al nuestro. Reducirlos a la miseria extrema, a la tristeza y desesperación, al hambre, al frío que duele y al calor que quema, dejarlos sedientos de juego y alegría. Meterlos en una cárcel del tiempo, donde no haya espacio donde correr ni tiempo para pensar. Prohibirles viajar en el tiempo, para que el futuro sea pared y el pasado sea un abismo.

La niñez sin tiempo es la solución final que hace innecesario pensar el mañana. A la niñez sin tiempo le extirparon todos los mañanas.

Al menos, a los malos tiempos no le pongamos nuestra buena cara. Porque corremos el riesgo de empezar a mirarnos en el espejo y pensar que los tiempos no son tan malos.

Y esa será la derrota final.

Fuente: Agencia Pelota de Trapo