Fecha: 2019-04-29 05:03:46


La quimera de la Ley de Góndolas


La inflación está nuevamente en el primer lugar de las preocupaciones de los argentinos. El último dato de INDEC arrojó un impresionante 4,7% mensual, superando todos los pronósticos.

Ahora rogamos que el dato de abril sea por lo menos más bajo que el de marzo ya que, de no serlo, habrá que empezar a quemar los libros.

En este contexto, llama la atención un “consenso” que une a líderes de un espectro variopinto, desde Juan Grabois hasta Elisa Carrió. 

Dicho consenso aparece en torno a diversos proyectos de ley que comenzarán a debatirse en el Congreso esta semana, todos tienen un denominador común: regular a los supermercados.

El 4 de abril, la diputada Elisa Carrió presentó un proyecto de ley de “fomento de la competencia en la cadena de valor alimenticia”, que popularmente se conoce como “Ley de Góndolas”. El líder piquetero Juan Grabois, cercano a CFK, sostiene que el gobierno “lo primereó”, ya que él presentó su propio proyecto de control tres días más tarde.

Ahora bien, el consenso que dicha medida tiene es directamente proporcional con su inutilidad. La Ley de Góndolas no bajará la inflación, no estimulará la competencia y, para colmo de males, terminará subiendo los costos en lugar de reducirlos.


Los monopolios y la inflación
De acuerdo con el dirigente del Frente Patria Grande, el problema de los precios en Argentina se resume a que:

“… detrás de la multiplicidad de marcas, colores y slogans se esconden una o dos empresas en cada rubro que controlan el mercado y mantienen los precios altos. Y también, por supuesto que los supermercados son cómplices de la inflación y sus principales beneficiarios".

La solución, entonces, es regular el mercado para generar competencia y que nuevos agentes, más pequeños, también puedan participar. 

Esta utopía, sin embargo, choca contra la realidad.

Si miramos la imagen aquí debajo, podremos constatar que, no solo en Argentina sino en el mundo entero, detrás de una “multiplicidad de marcas (…) se esconden” pocas empresas. A nivel global, Nestle, Pepsico, Mondelēz, Danone y Unilever son las grandes jugadoras del sector de alimentos y bebidas. 


Se observa así que estas 12 empresas abastecen al mundo entero de productos de consumo y, sin embargo, solo en 6 países sobre un total de 193 en el mundo habrá una inflación superior al 20% anual.

Reformulando, en todo el planeta operan Coca Cola, Unilever o Mondelēz. No obstante, solo en una lista de 6 países del mundo, en la que Argentina está incluida, la inflación superará el 20% anual en 2019.

Los “grupos concentrados” no tienen absolutamente nada que ver con la inflación y regularlos es absurdo si el objetivo a conseguir es mejores precios.


Competencia no se impone por decreto
Si hasta aquí el lector compró el argumento de que la relación entre pocas empresas e inflación es absolutamente irrelevante, todavía podría pensar que el hecho de que existan pocos jugadores en un mercado hace que los precios sean más elevados.

Sin embargo, esto también choca contra la realidad.

En primer lugar, porque si las grandes empresas no ofrecieran al consumidor una mejor combinación de “precio-calidad” (es decir, precio más bajo para la misma calidad, o mayor calidad para igual precio), entonces estas empresas nunca se hubieran transformado en “grandes”.

Toda gran empresa que opere en un mercado libre es resultado de la elección voluntaria del consumidor. Y esa elección voluntaria solo se consigue si se mejora la experiencia de este último.

Tomá por ejemplo lo que ocurre con Google. Las herramientas de búsqueda de Google representan nada menos que el 90,8% de su mercado. Es decir, 9 de cada 10 personas usan herramientas de Google para buscar cosas en Internet.

No obstante, el precio para el usuario es… ¡cero! Además, los precios ofrecidos a quienes pagan a Google, es decir, las empresas que pagan por publicitar allí, lo hacen con un costo increíblemente más bajo que el que tendrían que afrontar si tuvieran que usar medios tradicionales.

De este no ser el caso, Google no sería un emporio.

La competencia no se impone por decreto ni con reglas burocráticas porque la competencia no es que haya veinte o más empresas ofreciendo lo mismo, sino mercados abiertos en donde cada uno pueda ingresar sin trabas burocráticas, innovando y creando bienes que beneficien a los usuarios y consumidores.


El remedio es peor que la enfermedad
Tomando como base esa idea de que la competencia es una góndola con 30 marcas en lugar de 10, la Ley de la diputada Carrió impondría lo siguiente:

“La participación en góndolas será equitativa para los oferentes garantizándose la mayor concurrencia de marcas de diferentes proveedores (…) Los exhibidores contiguos a las cajas y las islas de exhibición deben garantizar al menos un cincuenta por ciento (50%) de productos de origen local y/o producido por Pequeñas y Medianas Empresas”.

El segundo punto de la cita anterior es directamente un privilegio para PYMEs y productos de origen local en detrimento de todos los demás. Y difícilmente esto beneficie a los consumidores ya que, si así fuera, el propio mercado los colocaría allí.

Ahora, la cuestión más general, la de imponer “cupos” de diferentes marcas en las góndolas de los supermercados para fomentar la “concurrencia”, ignora un principio fundamental de la economía: el de las economías de escala. Es por esto que si se aprueba esta reglamentación los resultados serán opuestos a los buscados.

El concepto de economía de escala sostiene que una empresa puede reducir los costos unitarios en la medida que aumenta su volumen de producción. Para el caso de los supermercados, esto ocurrirá con su volumen de distribución.

Una fuente de economías de escala significa la compra de grandes volúmenes de inventario. Así, un supermercado con 500 sucursales en la Ciudad de Buenos Aires, por ejemplo, compra grandes cantidades a sus proveedores y no solo consigue buenos descuentos por ello, sino que también amortiza mejor los costos fijos por cada unidad de producto.

Obviamente, esta reducción de costos es lo que le llega a los consumidores, motivo por el cual comprar en supermercados suele ser más barato que comprar en almacenes, kioscos, etc.

Ahora bien, si se impusieran los cupos para exhibir en góndolas, esto implicaría que los supermercados ya no podrían comprar los volúmenes que hoy consiguen. Esto hará que no se consigan esos buenos descuentos ni se amorticen como antes los costos fijos.

Finalmente, la Ley de Góndolas, destinada a “aumentar el beneficio de la sociedad y de los consumidores” terminará generando todo lo contrario. Aumento del costo unitario, aumento de los precios, y por tanto, un perjuicio para los consumidores.

Para concluir: la Ley de Góndolas y regulaciones similares parten de bases falsas (“los supermercados son responsables de la inflación”), no entienden el concepto de competencia y, por tanto, terminan generando una situación peor a la existente.

A la inflación se la combate con política macroeconómica, y a la competencia se la obtiene reduciendo trabas burocráticas. Todo lo demás es cosmética demagógica con tufillo anticapitalista.

Fuente: Contraeconomía