Fecha: 2019-06-24 03:56:30


La señora vendada además es ciega


Como buena neurótica, vivo llena de miedos. Algunos más reales y otros por completo imaginarios. Me da miedo la muerte, muchísimo miedo, pero no dejo de fumar.

Por Graciana Peñafort

Como buena neurótica, vivo llena de miedos. Algunos más reales y otros por completo imaginarios. Me da miedo la muerte, muchísimo miedo, pero no dejo de fumar. Me da miedo la muerte y también me da miedo ir al médico y que me diga que estoy gravemente enferma. Me dan miedo las enfermedades más o menos imaginarias que día por medio creo haber contraído o estar en riesgo de contraer. Un ejemplo de mis fobias neuróticas es ir a la guardia de la clínica privada que cubre mi prepaga a ponerme la vacuna contra la Gripe A y salir despavorida por miedo a contagiarme de alguna otra peste. Sin vacunarme. Y estar ahora asustada frente a la posibilidad de haber contraído una enfermedad en esa guardia y también la preocupación previamente existente respecto a no haberme vacunado, ahora que ya llegó el frio.

Le tengo miedo al fin del mundo. El domingo del apagón me imaginé como una de las últimas sobrevivientes de un gran accidente nuclear. Tenía cigarrillos y algo de comida en la alacena, así que decidí que podía seguir leyendo unas horas. Bajaría luego de mi segura guarida en un piso 15 cuando flaquease la batería del Kindle. Recordé que a la vuelta de casa está el Hospital Fernández, que tiene generador. Pensé que allí podría recargarlo.

Me aterra nivel llorar de solo pensar en la muerte de la gente que quiero. E incluyo en la categoría “gente que quiero” también a Morganita y al Lobito loco. Que sean peluditos y no tengan DNI no los hace menos humanos para mí. Ambos dicen “guau” cuando les leo este párrafo en particular, en clarísima señal de que están de acuerdo.

Le tengo miedo al desamor, porque creo que no me gustaría tanto andar por este barrio que llamamos vida si no pudiese reflejarme en ojos que te miran con ternura. Y no es que necesite que otro me diga quién soy, pero señalo: los ojos que miran con ternura me devuelven un reflejo mucho más amable de mí misma. Más llevadero en lo cotidiano que el molesto reflejo de ceniceros odiosamente llenos y papeles desparramados.

Pero hay otras cosas de la realidad que no me dan miedo. Lo que me dan es bronca. Bronca de puños apretados. Bronca de memoria larga y olvido esquivo. Bronca porque están mal. Una de esas cosas que me enojan es lo que veo cotidianamente en el Poder Judicial Argentino.

Me enoja nivel ganas de llorar la ausencia de Héctor Timerman. Es una bronca salada, amarga y espesa, saber que podría haber hecho un tratamiento para evitar su muerte y este Poder Judicial, con una crueldad que no dudo de tachar como inhumana, se lo impidió. Me enoja la acusación injusta, la infamia a la que sometieron a alguien a quien yo quería y, ante todo, era inocente. Me enoja el recuerdo de sus gritos de dolor aquel verano. Y me enoja mucho la sinrazón de Bonadío, la crueldad de no dejar que Héctor declarara cuando aún podía hacerlo, sin someterlo a un suplicio que terminó con mi amigo internado y diciéndome por teléfono que, si se moría, no olvidara su causa ni su nombre. Me enoja acordarme de su última declaración, ya con otro tribunal, con Héctor luchando por respirar y mi certeza respecto de que luego de declarar iba a considerar cumplida su misión y se iba a morir. Me enoja hasta el insulto el testigo que no llamaron y que hubiese puesto luz y verdad sobre aquello que nadie quería esclarecer porque el Poder Judicial y ciertos medios privilegiaron la construcción de un relato mentiroso y sórdido. Lo único luminoso que recuerdo de esos días son aquellos que iban a visitar a Héctor: Agustín Rossi, Axel Kicillof, Horacio Verbitsky, Stella Calloni, Eduardo Valdez, Horacio Lutzky y otros tantos que no me caben en los límites de nota. Perdón.

Pero lo que me enoja en grado extremo es la certeza de que aun hoy podría pasar lo mismo y que de nuevo no tendríamos herramientas para defenderlo o para evitar la maquinaria infernal que ya sesgó una vida y que hoy podría hacerlo nuevamente, frente a la mirada a veces indiferente, a veces cómplice, de una buena parte de la estructura del Poder Judicial.

Cuando conocimos el engorroso tramite de autorización para que Florencia Kirchner pudiese hacer su tratamiento médico, me pareció estar frente a esa maquinaria infernal otra vez. Buscando cebarse con otra víctima. Esta vez una mujer joven y enferma. También víctima de una persecución sin pruebas. También presa de un relato sórdido y mentiroso.

Me da bronca lo que viví en el juicio de Amado Boudou, cuando quien presidía ese tribunal estaba negociando al mismo tiempo su traslado a la Cámara de Apelaciones. La desvergüenza de estar negociando con el gobierno sus intereses personales, entregando como prenda de cambio la cabeza de Boudou. Porque era lo que quería el gobierno, que lo pedía obscenamente desde la portada de los diarios. Me da bronca el juicio oral como parodia de la Justicia que no es Justicia sino otra vez, un relato sórdido y mentiroso.

Y me da bronca lo que me sucedió hace unas semanas, cuando era entrevistada por un periodista y uno de sus colegas, Sergio Farella, informó que la apelación de esa sentencia ya estaba resuelta y yo le señalé que nosotros, sus abogados, aun no habíamos presentado el último de los escritos requeridos. Parodia de juicio y de apelación, donde el derecho a defensa se torna ilusorio. Donde el juicio no es juicio, porque el resultado está escrito de antemano.

Me da bronca que solo amonesten a Gemignani, miembro de la Cámara de Casación Penal Federal, por los temas vinculados al maltrato de mujeres. Que es gravísimo. Ya he escrito sobre el señor machirulo. Pero el machirulo, además de machirulo es un pésimo juez que escribió esto: “Como se advierte se contraponen una presunción la de inocencia —y una certeza— la de culpabilidad. Y obviamente, tanto desde el punto de vista lógico como axiológico, la certeza ha de imponerse a la presunción”.

Tengo que decirlo, la ley argentina es bastante clara al respecto. El código procesal penal —tanto el antiguo como el nuevo— lo dice clarito: “Principio de inocencia. Nadie puede ser considerado ni tratado como culpable hasta tanto una sentencia firme, dictada en base a pruebas legítimamente obtenidas, desvirtúe el estado jurídico de inocencia del que goza toda persona”.

El maestro de todos nosotros, el enorme Julio Maier, escribió: «La ley fundamental impide que se trate como si fuera culpable a la persona a quien se le atribuye un hecho punible, cualquiera que sea el grado de verosimilitud de la imputación, hasta tanto el Estado, por intermedio de los órganos judiciales establecidos para exteriorizar su voluntad en esta materia, no pronuncie la sentencia penal firme que declare su culpabilidad y la someta a una pena». Y agrega: “De allí que se afirme que el imputado es inocente durante la sustanciación del proceso o que los habitantes de la Nación gozan de un estado de inocencia mientras no sean declarados culpables por sentencia firme, aun cuando respecto a ellos se haya abierto una causa penal y cualquiera que sea el proceso de esa causa” [1].

En este caso NO había sentencia firme, dado que la causa estaba en proceso de apelación. Pero a Amado Boudou lo trataron como culpable, cuando la ley ordena tratarlo como inocente. Y son tan desvergonzados que incluso se animaron a escribir su conducta ilegal. Violaron la ley y a nadie le importó. Y varios festejaron la ilegalidad llamándola justicia, cuando no lo era ni lo es, aún hoy. Eso me enoja.

Me dan bronca los presos sin sentencia. Esas pobres humanidades arrojadas a una celda sin motivos valederos. Me dan bronca las cárceles usadas como herramienta de castigos irracionales.

Me da bronca un fiscal que hace meses permanece rebelde. Bronca de la vergonzosa y vergonzante cobertura política, mediática y judicial que protege a Carlos Stornelli. Porque Stornelli no ha ido a declarar usando excusas ridículas, que pocos le discuten. Muchos, al ser preguntados, fingen demencia. Las pruebas se acumulan en contra de Stornelli y mientras tanto, muchas personalidades de los medios y de la política miran para otro lado y Stornelli tergiversa la presunción de inocencia con cinismo.

Hace unos días leí una nota que se publicó en el New York Times y que increíblemente levantó Clarín respecto del juez Moro de Brasil [2], aquel que condenó a Lula argumentando su íntima convicción. Una íntima convicción que, a la luz de lo surgido por una investigación periodística, parece haber sido la de que había que encarcelar a Lula sólo para evitar que el Partido de los Trabajadores volviese a ganar las elecciones. En esa investigación se reveló el “intercambio de mensajes entre el ex juez Sergio Moro y el fiscal del Ministerio Público Deltan Dallagnol. Dichas conversaciones probarían que Moro, actual ministro de Justicia de Brasil, colaboró con el grupo de trabajo de la operación Lava Jato con el objetivo de enviar a prisión al ex Presidente Lula Da Silva y asegurarse de que el socialista no volviera al poder” [3].

El periodista que reveló esta investigación, Glenn Greenwald, dijo: “El juez tiene mucho poder, y con ese poder vienen muchas responsabilidades y muchas reglas éticas. Poder condenar a alguien y encarcelarlo es un poder enorme. Y Moro no rompió una regla una vez, sino que ha demostrado que a él no le importan ni un poco esas reglas. Creyó que estaba totalmente por encima de la ley y de las reglas, y es imposible tener a alguien como juez o como ministro de Justicia con esa mentalidad”.

Stornelli, junto con Bonadio, quería ser el “juez Moro” argentino. Ambos lo han conseguido, sin lugar a dudas. Solo que consiguieron ser la peor y más espantosa —y paradójicamente— la más real versión de Moro posible.

Hicieron un escandaloso forum shopping para quedarse con lo que los periodistas llamaron “la causa del siglo” contra la corrupción en la Argentina. Y que nosotros conocimos como la causa Cuadernos, aun cuando se trataba de fotocopias. Y que consistió en un sistema de investigación basado en lisa y llanamente en la extorsión y la ausencia de pruebas.

Así lo describió un cercano colaborador de Stornelli, el periodista Diego Cabot, quien además de aportar las fotocopias de los cuadernos siguió el proceso con atención, y describió el 8 de agosto de 2018 [4] cómo se investigaba. “Acá no sale nadie”, dijo Stomelli al abogado de De Goycoechea, Javier Landaburu. Mientras, el empresario estaba en el juzgado de Bonadío a la espera de ser indagado. En pocos minutos, Landaburu le trazó el panorama que venía: «No salís. Las opciones son dos: o te quedás a pelear el proceso detenido o subimos y hablamos con el fiscal. En todo caso, lo escuchamos», dijo.

El fantasma de Lázaro Báez, que está detenido en una cárcel común desde hace más de dos años, sobrevoló la conversación. «Si te dan a elegir entre quedarte preso o irte a tu casa, ¿vos qué elegirías?», desafió el abogado.

Esa causa sin pruebas acaba de ser elevada parcialmente a juicio, porque –hay que decirlo— esta abogada está convencida de que todo el diseño de la causa Cuadernos estaba y está destinado a intentar influenciar al electorado argentino. Pero en este punto ni Bonadío ni Stornelli lograron realmente emular al juez Moro, que se atrevió incluso con la empresa insignia de Brasil, Odebrecht. Acá nuestros Moros autóctonos sacaron de la causa Cuadernos a la poderosísima Techint. En una carilla.

La nota del New York Times opina sobre la situación de Moro a raíz de las revelaciones periodísticas: “En una democracia plena, Moro debería renunciar a su actual cargo de ministro de Justicia o por lo menos apartarse hasta que se concluya una investigación sobre su actuación como juez. Solo así podría salvar el legado de Lava Jato. Pero todo parece indicar que la democracia brasileña está enferma y que Moro no piensa hacerse a un lado. De hecho, ha declarado que en el contenido de las conversaciones no ve ‘ninguna anormalidad’. Si hay una convicción en el nuevo gobierno de Brasil es que la corrupción es el mal mayor de la política, pero sólo cuando es de otros».

«Que Moro haya ampliado los límites de la ley para avanzar con su investigación no es novedad. Pero hasta ahora sus excesos habían sido perdonados en nombre del combate a la corrupción. Como líder de la operación que inició en 2014, decretó numerosas prisiones preventivas, autorizó la dudosa conducción coercitiva de Lula, hizo públicas delaciones antes de que pudieran ser comprobadas y divulgó conversaciones privadas con la justificación de que eran de interés público”.

Mientras tanto, acá en la Argentina Stornelli sigue sin concurrir a la convocatoria que le ha hecho el Poder Judicial para que explique por qué aparece involucrado en múltiples maniobras de inteligencia ilegal. Que van desde el armado de causas judiciales hasta hacer espiar y pretender plantarle droga al ex marido de su actual mujer. Ningún juez se anima a apartarlo de la causa, y su permanencia es una vergüenza que sostiene el Poder Judicial en su conjunto. Incluyendo el rechazo de recusación que le hizo un abogado, al que Storenlli planeaba hacerle una cámara oculta. Sépanlo. Porque eso pasa, hoy mismo está pasando.

Dijo Glenn Greenwald: “La gran prensa no ha informado sobre la operación Lava Jato, sino que estaba trabajando para Lava Jato. …Se han dedicado a publicar lo que el grupo de trabajo de la operación Lava Jato quería que ellos publicaran”. Y agregó: “Cuando la gran prensa transforma a Moro y al grupo de trabajo de la operación Lava Jato en dioses o superhéroes, lo ocurrido es inevitable. Los periodistas dejaron de investigar y cuestionar la operación y simplemente se quedaron aplaudiendo, apoyando y ayudando”.

En la Argentina la prensa ha ido quizás un poco más lejos. Una buena parte de la prensa no solo aplaude, apoya y ayuda a Stornelli, sino que además se dedica a encubrir a Stornelli. Para ello recurre a escuchas ilegales. Que filtró el propio Poder Judicial con ayuda de la Agencia de Inteligencia. Escuchas que son transmitidas con toda displicencia por ciertos canales de TV. En defensa del fiscal de Cuadernos, como si ser fiscal le diese permiso de violar la ley.

Tan escandaloso es todo, que hasta el paquidermo carísimo y algo inútil que tenemos por Corte Suprema tuvo que salir a decir, con una tibieza que podría confundirse con frio extremo, que la utilización de esas escuchas ilegales no está bien. Que la difusión de las conversaciones privadas de los abogados con sus defendidos es mala y que a quienes hacen esas difusiones “chas chas en la colita” o algo así de intrascendente. Cuando leí la acordada de la Corte Suprema sobre las escuchas, pensé honestamente en llevarles una frazadita. Podrían morir de hipotermia, mis queridísimos ministros.

Verán que me enojo. Verán que puedo fundar las razones de mi enojo. Y verán que como soy abogada, el Poder Judicial me importa y mucho. Simplemente no puedo permanecer indiferente, porque este Poder Judicial cobra en vidas y libertades su profunda y estructural corrupción. Asumo que no es todo el Poder Judicial, pero sí buena parte de él. Debería hacer una nota sobre las hermosas excepciones que hay y que existen. Me asusta señalarlos y que los persigan por ello. Y no es un miedo neurótico.

Voy a decir esto porque lo pienso. Puteé mucho al Poder Judicial en la época de Néstor y Cristina Fernández de Kirchner. Porque estaban ahí los Oyarbide y los Bonadío y los jueces designados por consejo de la SIDE. Y los fiscales que no hacían mucho más que disfrutar de sus privilegios que son tan estúpidos que avergüenzan. Me salvaba de la más absoluta pérdida de confianza en algo en lo que creo tanto como el Poder Judicial, lo que los sectores mas sanos hacían en materia de de Derechos Humanos y juicio a los delitos de Lesa Humanidad. Me habría ido de manos con funcionarios del gobierno al que yo también pertenecí y que decían saber de Justicia y eran unos literales, metafóricos y absolutos paparulos. Recuperé un poco la esperanza cuando se designó a Gils Carbó como procuradora. Rescato que, durante su gestión, una de las mejores fiscales de este país, Cristina Caamaño, se encargó de que no se filtrara ni una sola escucha. Y odié los proyectos de reforma judicial que no apuntaban a lo importante, aun cuando mejoraban costaditos discretos de lo que esta mal. Salvo la Ley de Cautelares, que no mejoraba nada y empeoraba todo. Escrita por personas que en su puta vida habían sido oposición. Y que no conocían ni de casualidad lo que es litigar causas justas contra el poder.

Cuando llegó el macrismo al gobierno, mis puteadas se transformaron en un aullido. Donde aun hoy se me mezclan la bronca de tanta injusticia y el dolor de la muerte de Héctor Timerman. Tributo horroroso y sangriento que la Injusticia exigió y que el Poder Judicial depositó sin reparo alguno. Y sin piedad. Aun hoy recuerdo mi estupor frente al intento de nombrar a jueces de la Corte Suprema por decreto. Y eso fue solo el principio del espanto continuo que ha sido este gobierno en materia de política judicial. Los jueces trasladados como si el Consejo de la Magistratura fuese una empresa de mudanzas de sus señorías. El manoseo imperdonable de la causa del encubrimiento del atentado a la AMIA, donde el Presidente Macri y el ministro de Justicia y su séquito quedaron señalados por sus propios funcionarios como autores de un nuevo encubrimiento. Los pocos jueces dignos que se animaban a ejercer de jueces, apretados y perseguidos por el gobierno nacional, incluso desde la tapa de los diarios. Los servicios de inteligencia desatados y operando a plena luz del día. La desmesura. La obscenidad. La Injusticia en todas su formas y modos posibles. Los pibes baleados. Las muertes justificadas. Los asesinos visitando los despachos oficiales. El dolor.

Al gobierno que viene después de este le pido solo una cosa: justicia. Es necesario que exista un Poder Judicial capaz de dar amparo. Que obedezca las leyes. Que sea orgullo y no vergüenza. Con plenas garantías. Respetuoso de esas garantías. Un poder judicial que pueda ser justo.

Se los pido en homenaje a cada uno de los pibes muertos por balas de las fuerzas de seguridad. Por los que murieron quemados en una comisaría. Por la memoria de Héctor Timerman y de su familia. Y se los pido también por los muertos de la AMIA y de la Embajada de Israel después de tantos años, esos muertos que son nuestros muertos también. Sus familias y la sociedad entera merecemos Justicia.

Y por el futuro. Que necesariamente tenemos que hacer más bello, más digno y más justo.

[1] “Maier, Julio B. J. “Derecho Procesal Penal. II. Parte general. Sujetos procesales”, 1° ed., 1°reimpr., Editores del Puerto, Buenos Aires, 2004, pág. 490
[2] https://www.clarin.com/new-york-times-international-weekly/sergio-moro-deberia-renunciar-separarse-ministerio-justicia_0_Hk2TAmD8u.html
[3] https://www.perfil.com/noticias/internacional/glenn-greenwald-el-juez-que-ordeno-prision-para-lula-creia-que-estaba-por-encima-de-la-ley.phtml
[4] https://www.lanacion.com.ar/politica/como-fue-la-negociacion-secreta-para-lograr-los-primeros-arrepentidos-nid2160301

Fuente: www.elortiba.org