Fecha: 2021-10-09 04:43:26


Fernández subestima el costo de su agenda en DD.HH.


Si el país sigue lavándose las manos ante a la represión en Cuba, Nicaragua y Venezuela, la relación con EE.UU. se agriará.

El presidente Alberto Fernández ha construido una relación de amistad con el gobierno de Biden, cimentada mayormente en la cooperación contra el cambio climático. Para el presidente norteamericano, Joe Biden, la protección del medio ambiente es una prioridad, y el compromiso de la Argentina de ampliar la producción de energías renovables y reducir las emisiones de carbón cosecha admiradores en Washington.

Dicho esto, en el largo plazo el liderazgo de la Argentina en la cuestión climática no bastará para compensar la desazón de Estados Unidos por el desinterés de Fernández por la democracia y los derechos humanos en Latinoamérica. Si Fernández se sigue lavando las manos frente a los regímenes represivos de Cuba, Nicaragua y Venezuela, las relaciones con la Casa Blanca tarde o temprano se agriarán.

La derrota del actual gobierno en las recientes elecciones debilita al Presidente y puede expandir el rol de su vicepresidenta en la política exterior del país. Mala noticia para la relación con Estados Unidos. Es por su amistad con las dictaduras de Venezuela y Cuba que el Gobierno dejó de luchar por los derechos humanos. Y las consecuencias diplomáticas no le molestan para nada; Fernández de Kirchner siempre ha estado dispuesta a sacrificar la relación con Estados Unidos para movilizar su base política.

Fernández ha entendido acertadamente que ponerse al frente de la lucha contra el cambio climático le abre puertas en la Casa Blanca y el Departamento de Estado norteamericano. El máximo asesor para América Latina de Biden, Juan Gonzalez, ya ha estado dos veces en Buenos Aires, y en agosto, el asesor de seguridad nacional, Jake Sullivan, eligió la Argentina como destino de su primer viaje a Latinoamérica.

En abril, Biden invitó a Fernández a participar de la Cumbre de Líderes sobre Cambio Climático que se llevó a cabo virtualmente en la Casa Blanca, y después del evento, el secretario de Estado norteamericano, Antony Blinken, elogió “el valiente compromiso” de la Argentina. En septiembre, el enviado especial de Biden para la lucha contra el cambio climático, el exsecretario de Estado John Kerry, participó en una reunión virtual de seguimiento del tema, el Diálogo de Alto Nivel sobre Acción Climática en las Américas, del cual la Argentina fue coanfitrión.

Dentro de Latinoamérica, la Argentina no tiene el mejor de los desempeños en materia de protección ambiental. De hecho, tiene una alta tasa de deforestación y está ampliando la extracción de petróleo y gas en Vaca Muerta. Pero tanto Gustavo Beliz como Juan Cabandié, Rodrigo Tornquist y Jorge Argüello son emisarios altamente capaces en materia de cooperación medioambiental.

En agosto, el entonces ministro de Relaciones Exteriores Felipe Solá celebró esos lazos de cordialidad: “Somos admiradores concretos del presidente Biden”, dijo Solá. Fernández se refirió al mandatario norteamericano como “Juan Domingo Biden”, y hasta Cristina Fernández de Kirchner pareciera admirar al nuevo mandatario norteamericano.

Fernández espera que esa relación se traduzca en apoyo de Estados Unidos frente al Fondo Monetario Internacional, donde la Argentina está renegociando un crédito de 44.000 millones de dólares. Pero lamentablemente para la Argentina, el cambio climático no es el único tema en la agenda de política internacional de Joe Biden: la defensa de la democracia es igualmente indispensable. Y para esa problemática Fernández no es un aliado.

El enfoque de Fernández respecto de Venezuela es particularmente desalentador: le retiró el reconocimiento al líder opositor Juan Guaidó, se apartó del Grupo de Lima y abandonó la causa contra Nicolás Maduró ante la Corte Penal Internacional, para cuyos investigadores existen “fundamentos razonables” para concluir que Maduro cometió crímenes de lesa humanidad. Fernández también ha minimizado la gravedad de los abusos de Maduro, a pesar de las abrumadoras evidencias.

La posición de Fernández respecto de Nicaragua también es indefendible, y representa otro escollo en las relaciones de la Argentina con Estados Unidos. En junio, Blinken pidió personalmente a Solá que presionara al mandamás nicaragüense, Daniel Ortega, para que pusiera fin a su persecución contra los opositores. Por el contrario, la Argentina se abstuvo de votar una resolución de la Organización de los Estados Americanos para condenar al régimen. Desde entonces, Ortega ha intensificado la represión, con el arresto de candidatos presidenciales y periodistas.

Finalmente, Fernández ha adoptado la postura tradicionalmente hipócrita de la izquierda latinoamericana frente a Cuba: criticar el embargo norteamericano e ignorar la crueldad de la dictadura. En julio, cuando los servicios de seguridad se lanzaron contra los manifestantes que protestaban pacíficamente, Fernández dijo desconocer la existencia de detenciones arbitrarias en la isla: “No conozco la dimensión del problema”, dijo Fernández, mientras agregó: “Mantener bloqueos es lo menos humanitario que existe”.

La postura de Fernández en relación con los regímenes autoritarios de América Latina es sin duda una concesión a los elementos más izquierdistas de su coalición de gobierno. En 2013, la entonces presidenta y actual vicepresidenta de la Argentina le otorgó a Maduro la Orden del Libertador San Martín, y en 2019 pasó parte de la campaña presidencial en Cuba con su hija.

Pero Fernández subestima el costo diplomático que pagará la Argentina por la estrechez de su agenda de derechos humanos. Fernández no ha viajado a Estados Unidos desde que ocupa su cargo, pero en junio, cuando el presidente de la Cámara baja, Sergio Massa, visitó Washington, escuchó una letanía de reproches sobre la política exterior de la Argentina.

Para no quedar expuesto en el plano internacional, Fernández suele coordinar su política exterior con su homólogo mexicano, Andrés Manuel López Obrador. Pero a López Obrador le importa poco la política exterior y no puede proteger a Fernández de las críticas. Fernández también se esconde detrás de una supuesta política de no intervención, pero sus inconsistencias son insoslayables: criticó implacablemente a la presidenta interina de Bolivia Jeanine Áñez y fustigó a Iván Duque por su dura respuesta a las protestas antigubernamentales en Colombia.

Por el contrario, Fernández mantiene una feliz convivencia con los dictadores latinoamericanos. Para el gobierno de Biden, eso es sin duda motivo de frustración. Por ahora, los altos funcionarios de la Casa Blanca no critican públicamente a la Argentina. Eso se debe a que Fernández le asegura a Estados Unidos que es un defensor sigiloso de los derechos humanos: la Casa Rosada insiste en que mantener vínculos con los regímenes de Caracas y La Habana preserva el potencial rol mediador de la Argentina. El máximo asesor de la Casa Blanca para Latinoamérica lo defendió generosamente con el mismo argumento: “La Argentina es un país que puede hablar con gobiernos tanto de izquierda como de derecha”, dijo Gonzalez. Pero Fernández no ha mostrado esa capacidad, a diferencia de López Obrador, el anfitrión de la última ronda de negociaciones entre Maduro y la oposición.

La paciencia de Estados Unidos no es ilimitada. Mientras se prepara para la Cumbre por la Democracia, en diciembre de este año, y la Cumbre de las Américas de 2022, Biden estará más atento al retroceso democrático de América Latina y la ausencia de países como la Argentina en la defensa de los valores hemisféricos compartidos.

Es una pena. Navegar las tensiones entre Estados Unidos y China puede ser complicado, pero la protección de los derechos humanos ha sido un estandarte de la Argentina durante mucho tiempo y la piedra angular de su relación con Estados Unidos. Las Abuelas y la Madres de Plaza de Mayo son legendarias, y la pionera investigación del “Nunca Más” fue un hito de los procesos de búsqueda de verdad y reconciliación en todo el mundo. En los últimos años, la Argentina se ha destacado por su apoyo al matrimonio igualitario, los derechos de las personas trans y el aborto.

Pero hoy en día, Estados Unidos y la Argentina no coinciden en materia de derechos humanos. Eso es preocupante, y no solo para la salud de esta importante relación diplomática. Los defensores de la democracia están entre la espada y la pared en toda la región: Jair Bolsonaro está en guerra con las autoridades electorales de Brasil, Alejandro Giammattei está exiliando de Guatemala a los jueces y fiscales independientes y el salvadoreño Nayib Bukele reemplazó a los cinco miembros de la sala constitucional de la Corte Suprema de su país. Frente a esos desafíos, se necesita que la Argentina no solamente lidere la lucha contra el cambio climático, sino que también contribuya a la lucha por la democracia y los derechos humanos en la región.

Director del programa América Latina del Woodow Wilson Center y exdirector para América del Sur del Consejo de Seguridad Nacional de Barack Obama

Traducción de Jaime Arrambide

Fuente: La Nación