Fecha: 2018-09-11 01:56:41


Los poderosos y los condenados: vida en las antípodas


La terquedad de los indigentes hace que vuelvan una, dos, diez veces al veredón bajo la autopista 25 de Mayo que irrumpe en el corazón político y financiero de la Argentina: Buenos Aires.

Por Claudia Rafael

La terquedad de los indigentes hace que vuelvan una, dos, diez veces al veredón bajo la autopista 25 de Mayo que irrumpe en el corazón político y financiero de la Argentina: Buenos Aires. En cada una de las calles que la atraviesan subterráneamente y, también, a metros de Plaza Constitución y de los estudios de Canal 13. Los echan y vuelven. Les instalan arquitectura disuasoria y buscan otro rincón. Los corren y regresan.

En las antípodas, hay ocho argentinos considerados “ultrarricos”. Según la revista Forbes, son poseedores de patrimonio billonario: Paolo Rocca, presidente y principal accionista de Techint (4900 millones de dólares); el petrolero Alejandro Bulgheroni, grupo Bridas (3100 millones de dólares); Eduardo Eurnekian, empresario de Corporación América, (2700 millones de dólares); Alejandro Roemmers, presidente de los laboratorios que ostentan su apellido y Gregorio Pérez Companc, Molinos Río de la Plata (1800 millones de dólares cada uno); Marcos Galperín, Mercado Libre (1600 millones de dólares); el banquero Jorge Brito, Macro, (1300 millones de dólares) y el empresario de la construcción y del mercado inmobiliario Eduardo Constantin (1200 millones de dólares). Todos ellos, pase quien pase por el sillón de Rivadavia, han sido los verdaderos diseñadores de las políticas de Estado.

Ismael Ramírez no integraba esa lista. El formaba parte de otras listas. Las que habitan los territorios donde la desigualdad es dueña y señora. En ese Chaco profundo, en el que las sequías abruman. Ismael era hijo de madre Qom y padre criollo, contó su maestra Patricia en FM Radio con Vos. A quien le fue difícil volver al aula y pararse frente a las decenas de compañeritos de Ismael que se encontraron con el banco definitivamente vacío del niño asesinado en el pueblo de Roque Sáenz Peña. Argentina sigue siendo un país en el que las balas sobrevuelan las calles y derriban. A veces es el alegre gatillo policial. Otras, el resultado de las guerras entre soldaditos narcos que se juegan la vida que no tienen, como tantas veces relata Carlos del Frade en esta Agencia de Noticias. Y hay veces en las que las pujas sociales por un pedazo de comida derivan en un balazo que vaya a saber quién disparó cuando un grupo de personas irrumpía en las puertas de un supermercado de pueblo e Ismael cometía el tremendo atropello de querer pasar caminando por el lugar. Como le ocurrió a Micaela, de 11, en Villa Fiorito, cuando fue hasta el almacén. O a Cinthia, de 9 años, en la Villa 21-24, de la zona sur de capital federal. O a tantos pibes y pibas estragados por las violencias que derriban que hacen de la sociedad ese universo invivible.

Los pibes como Ismael, Micaela o Cinthia caen bajo un trozo de plomo que impacta en la infancia y la destroza. A otros la muerte los perdona o se los lleva lentamente bajo el influyo de enfermedades evitables. A muchos los ve crecer en los rincones de un país que es el tercer productor mundial de miel, soja, ajo y limones. Que es el cuarto en la producción de pera, maiz y carne. Que es el quinto en el mundo en la cosecha de manzanas. El séptimo de trigo y aceites. El octavo productor mundial de maní. Argentina –dijo Cristina Fernández en 2014 en Francia- produce alimentos para 400 millones de personas. Y por estos días, cuatro años después, un informe de la BBC de Londres ubicó esa cifra en “casi 440 millones de personas. Y su población, según varios estudios, apenas pasa los 44 millones”. En ese mismo informe describe que: según la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) de Naciones Unidas hay “poco más de 2 millones de argentinos con déficit alimentario”. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación (FAO) “habla de 1,5 millones y el Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina estima 3 millones”.

A millones de kilómetros de distancia del sitio del hambre, hay 37.000 argentinos con un patrimonio de más de un millón de dólares. Son los mismos argentinos a los que Mauricio Macri les redujo el impuesto a los bienes personales para endulzarles la posibilidad de blanquear las millonadas depositadas en bancos del exterior.

En los mismos días en que Mauricio Macri contaba el padecimiento que le habían generado los últimos cinco meses, equiparables –dijo- a los de su secuestro en 1991, su ex ministro de Finanzas y actual presidente del Banco Central, Luis “Toto” Caputo, primo hermano del mejor amigo del presidente, desparramaba su cuerpo tostado en la arena de las playas brasileñas. Fue en el fin de semana largo en el que el dólar llegó a los 42,50 pesos y él se hospedaba en el Sofitel, un hotel 5 estrellas frente a la playa de Ipanema en el que las habitaciones oscilan entre los 10.000 y los 35.000 pesos por noche.

Es la vida en las antípodas.

De un lado, los pobladores sistémicos de las geografías donde las garras del hambre serpentean hasta atrapar a los débiles, a los marginados, a los invisibles, a los condenados, a los millones de nadies.

Del otro, en la cúspide de las pirámides de la riqueza más feroz y la inequidad más honda, están los que demarcan los territorios. Los que dibujan los mecanismos perversos para la domesticación. Los que arrebatan, sistémicamente, los destellos de la rebeldía con políticas que diseñan las fronteras para que nunca, jamás, sean traspasadas.

Habrá que seguir sembrando contracorriente.

Fuente: Agencia Pelota de Trapo