Fecha: 2019-07-15 03:32:27


EL HAMBRE


Los primeros indicadores de hambre en la Ciudad de Buenos Aires

La escuela está en avenida Iriarte 3.500, dentro de la villa 21-24 de Barracas. Es un bachillerato para adultos ubicado en el edificio de la Escuela de Educación Media 6. Funciona desde 2013, hoy con 256 estudiantes, la mayoría mujeres. En junio, 150 alumnos aceptaron responder una encuesta de modo anónimo. La encuesta se llama Escala de Hambre en el Hogar. Fue desarrollada en Estados Unidos y recomendada por la Organización para la Alimentación y Agricultura de Naciones Unidas (FAO) para comparar escenarios. Las respuestas detectan los primeros datos de hambre en la Ciudad de Buenos Aires, indicadores que no se registraban desde 2002: 1 de cada 3 personas se van a dormir sin comer para dejar comer a sus hijos. La mayor parte de esas personas son mujeres. El mismo porcentaje en algún momento del día no tiene nada para comer en la casa. Y la mitad de los 150 entrevistados vivió esa situación frecuentemente el último mes, es decir más de diez veces no tuvo qué comer en la casa.

«No es sólo la malnutrición lo que estamos viendo», dice Alicia Benitez, pediatra, ex jefa de neonatología de la Maternidad Sardá e integrante del Frente por la Niñez Protegida. «No es sólo comida con gran cantidad de hidratos de carbono y poca proteína, sino también es que no hay comida. Directamente, no hay comida. Ni de la buena ni de la mala, ninguna. Y esa es la situación de muchos lugares, también de la Ciudad de Buenos Aires».

 

Sede Plan Fines EEM N° 6 de Barracas.

 

 

Los datos

La encuesta es en sí misma una noticia. Un instrumento desarrollado ante los devastadores efectos de la política económica por un grupo de profesionales de la salud, nutricionistas, sanitaristas y referentes comunitarios de Ciudad de Buenos Aires y el área metropolitana de la Provincia bajo el nombre Frente por una Niñez Protegida. Con esos números y datos en la mano, ellos reclaman ahora al Congreso Nacional una ley de emergencia alimentaria. Durante una presentación en el parlamento, describieron escenas dramáticas. Niños que no salen de la casa a los comedores porque quedan solos y se olvidan de comer. Mujeres muy jóvenes que en crisis anteriores dependían de sus padres y ahora comienzan a recorrer por primera vez los comedores buscando vacantes para sus hijos. Referentes de la Ciudad de Buenos Aires que exigen cambio de horario en el desayuno de las 10.30 en las escuelas públicas porque es muy tarde para quienes llegan sin comer. O consultas de pediatras jóvenes que no saben cómo diagnosticar a niños que llegan a los consultorios hinchados, sin aparentes causas biológicas. «Lo que pasa es que nunca habían visto que hubiera hambre de proteínas», dijo la pediatra Norma Piazza, especialista en nutrición sobre esos niños que se están internando con cuadros de edemas, hinchados porque no corre cantidad de proteínas suficiente en la sangre como para retener el agua dentro del torrente circulatorio, internaciones que así son también producto del hambre.

La escuela de la villa 21-24 comenzó a detectar estos problemas a fines del año pasado. Para hacer el ingreso de alumnos, las docentes realizan una entrevista sobre expectativas para entender cómo son los entornos y los desafíos para terminar el secundario. El secundario se hace a la noche en el edificio de la Escuela Media 6 con comedor y vianda reforzada para adolescentes, pero sin comedor ni viandas para la noche. Durante las entrevistas, las docentes comenzaron a escuchar las preguntas sobre el comedor. Si había servicio y cuándo era. Preguntas que hasta ese momento no habían escuchado. Con el correr del año, empezaron a acompañar a los jóvenes con bajo peso a buscar espacio en los comedores. Y lo mismo hicieron con madres de niños con bajo peso. Las acompañaron a buscar becas a comedores pasados de demanda porque muchas quedaban afuera.

«Tenemos a personas que estaban y están en esta situación por primera vez», dice Leonor Gallardo, la referente pedagógica de la sede. «Ellas están atravesando situaciones de desempleo que es una realidad que no habían vivido, sobre todo los mas jóvenes que antes dependían de los padres y no tenían familia a cargo». Desde siempre los docentes preparaban además un espacio para las 20.30 con merienda, mate, café, té y galletitas como momento de encuentro y distensión. Con el comienzo del año, también ese espacio tuvo nuevas dinámicas. Los estudiantes que llegaban a la escuela pedían la merienda más temprano porque necesitaban algo caliente. Cuando las maestras preguntaban un poco, muchos decían que estaban sin comer desde la noche anterior.

 

Merienda lista en la escuela.

 

Finalmente propusieron hacer la encuesta, 150 decidieron responderla.

  • En las últimas 4 semanas, ¿hubo algún momento en que no había nada de comida en su casa debido a falta de recursos para comprarla?
    Sí: 47/150
    No: 53/150
  • ¿Cuántas veces ocurrió esto en las últimas 4 semanas (30 días)?
    Pocas (1 a 2): 20/150
    Algunas veces (3 a 10): 50/150
    Muchas veces (+de 10): 80/150
  • En las últimas 4 semanas, usted o algún miembro de su hogar ¿ha pasado todo un día o una noche sin comer porque no había suficiente comida?
    Si: 78/150
    No: 72/150
    El 89% de las respuestas afirmativas a esta pregunta fue dado por mujeres.

 

El uso de este tipo de encuestas es un dato de época. La Escala de Hambre en el Hogar es un indicador reciente, desarrollado primero por la Food and Nutrition Technical Assistance en Estados Unidos y luego adoptado por Naciones Unidas. Toma tres de las nueve preguntas originales como indicadores sencillos para indagar sobre temas de inseguridad alimentaria en cualquier ámbito cultural y establecer parámetros comparables. Hasta ahora sólo se hizo en Zavaleta. Y esas primeras respuestas están diciendo que todos los participantes contestaron de forma afirmativa a una, dos o a las tres preguntas. Sólo ese resultado dice que la situación de las familias de la persona entrevistada es de inseguridad alimentaria. Y, según los indicadores de la FAO, señalan que están pasando hambre. No dice sólo si está comiendo bien o mal, insiste la pediatra Alicia Benitez: es de hambre.

 

Ni en 2002

La situación se repite sobre todo en la zona metropolitana de la Provincia, el AMBA. Quilmes, José C. Paz, General Rodriguez son algunos de los lugares de los que dieron cuenta los referentes del Frente en el Congreso. Los datos también aparecen al cruzar números del Ministerio de Salud y Desarrollo Social. Uno de los programas más grandes de la cartera de Carolina Stanley se llama Abordaje Comunitario, una herramienta de política pública de veinte años de antigüedad. En este momento, el Programa asiste unos 1.200 centros de todo el país, 420 centros en AMBA. Esos 420 reciben 86.000 personas por día para una comida. El Estado pagaba por persona 12,5 pesos hasta septiembre de 2018 y ahora paga 18 pesos. No hace falta demasiada búsqueda para saber que ese dinero no alcanza con una canasta de alimentos que según los datos del INDEC aumentó 61,5 en promedio interanual. Y eso es exactamente el dato más importante que tienen quienes siguen la dinámica de estos espacios: el dinero hoy a los comedores no les alcanza. Quienes llegan a los lugares están con hambre y el dinero que reciben los centros se les acaba antes de lo que se les acababa hace un año.

Uno de los comedores es de José C. Paz. Allí pagan 7.200 pesos por una bolsa de 25 kilos de leche que el año pasado les costaba la mitad. En el lugar lidian con el aumento brutal de la comida, explican, y discusiones entre las educadoras que deben decidir cómo reemplazar carne y lácteos con más arroz y fideos porque son las opciones que llenan la panza. O cómo redistribuir viandas pensadas originalmente para niños, entre una demanda que ahora incluye familias que se acercan a pedir comida para la noche, para el fin de semana o para todos los integrantes.

Daiana es de General Rodríguez, tiene 22 años y una hija de 4. «Tengo un merendero», dijo en la presentación del Congreso. «Yo tuve una infancia dura, ayudaba a mi mamá, ¿cómo decir? A cartonear. Ahora tengo una casa donde hice un merendero porque no puedo ver a los chicos revolviendo la basura, descalzos en el barro, con frío, pidiendo. En septiembre de 2018 venían 30 chicos, ahora son 50. Cada día viene uno más con el amigo del amigo. Hoy hay tres comedores y dos merenderos en el barrio —dijo— y no alcanzan».

Otro merendero abierto durante el último año en Zavaleta se llama Los Peques. Comenzó con 15 niños, hoy recibe a 87. El espacio nació de un grupo de estudiantes adultos que concluyeron el secundario. Sólo sirven mate cocido, pan y mermelada, no tienen provisiones del Estado aunque pidieron. Sí, en cambio, reciben donaciones de los trabajadores de Peugeot, compañeros de Martín Miranda, uno de los referentes del espacio. Y pan de la panadería de la Parroquia Caacupé que les permite ahorrar mil pesos por semana.

 

El padre Toto de Vedia (con sombrero)  en Caacupé.

 

«Nosotros nos quedamos en el barrio para organizar esto», dice Martín. «Si no, acá nadie hace nada: todo el mundo dice y se pone a arreglar el mundo con las palabras, pero nadie se pone a trabajar. Nosotros conseguimos un espacio, ahora hacemos apoyo escolar, mis compañeros de fábrica me dan ropa, juguetes, yerba. Y en estos días hicimos una vaca entre los vecinos para comprar hasta un remedio». Un hombre pasó por el comedor, le dieron mate cocido, le cantaron el feliz cumpleaños, contó que él mismo había pasado de niño por un comedor en el barrio y donó alacena y mesada. «Acá los pibes repiten la taza de mate cocido dos o tres veces. Y yo sé que esto no alcanza. El Estado esta totalmente ausente. El agua del barrio está contaminada. Las cloacas tapadas. La calles inundadas, el agua servida. No hay luz. Y si te cortan la luz, cómo haces para abrir la canilla y tomar agua si no te anda el motor».

El padre Toto es Lorenzo de Vedia, párroco de Caacupé, la iglesia del barrio. Uno de los que piensa que no hay nada de nada porque el Estado dejó completamente desamparada a esta gente, lo mismo que la clase empresaria. Pero sabe que lo que hay son esas redes, tramas que se ponen en circulación en lugares donde para tener luz, agua o comida, dependen unos de otros. El cura no tiene los números de encuestas pero no los necesita: alrededor de la parroquia históricamente funcionaron ocho comedores con talleres de oficios asistidos directamente por la Iglesia Católica. Hoy los comedores tienen mil participantes y están colapsados. En los últimos dos años, dice, crecieron diez ó doce merenderos y comedores abiertos por la gente, a la par de otros espacios abiertos por organizaciones sociales. A esa trama, la panadería de la parroquia llega con lo que tiene, de dos a cinco kilos de pan cada uno o dos días.

El domingo pasado se incendió una casilla en Pilar. Dormían siete hermanos. Cinco murieron. Tres habían comenzado a ir el año pasado al comedor Las Suricatas, en Tortuguitas, de la red El Encuentro nacida de las ollas populares de los años ’80. Las docentes todavía están en estado de shock. Son tres incendios en lo que va del año. Las noticias dicen que los padres no estaban cuando en realidad la madre sostenía, como podía, cada uno de los espacios que lograba abrir para sus hijos, como ese mismo comedor. La única puerta de entrada que todavía sigue abierta en un país que todos los días lo único que busca es tirarlos un poco más afuera.

Fuente: www.elcohetealaluna.com