Fecha: 2019-08-12 04:28:29


Educación y Humanismo


Desde hace un tiempo la educación, un tema casi olvidado, ha comenzado a adquirir creciente relevancia.

Desde hace un tiempo la educación, un tema casi olvidado, ha comenzado a adquirir creciente relevancia. El bajo nivel de desempeño en las pruebas PISA; los continuos reclamos  de los gremios; los proyectos de creación de una universidad docente; el recorte presupuestario a la educación de gestión privada ya en marcha en algunas jurisdicciones;  y, más recientemente,el proyecto de modificación de la ley 26150 sobre la educación sexual de los niños y adolescentes son algunos de los temas que han ido apareciendo y ganando espacio en los medios de comunicación. Cada uno de ellos, por cierto, merecería una seria reflexión de parte de todos los protagonistas de esta cuestión compleja y vital que es la educación. No se trata de temas intrascendentes sino de problemas reales a los que es urgente prestar atención.

Ello no obstante, en esta breve contribución, quisiera plantear un tema que, a mi juicio, está en la base de todo lo referido y que corre el peligro de ser olvidado. El tema crucial de la educación no puede reducirse a solas cuestiones legales o curriculares. Los argentinos nos debemos un debate profundo sobre los fundamentos de la educación. Es indispensable llegar al núcleo del problema, esclarecido el cual – y como lógica consecuencia – surgirán los aportes que, debidamente consensuados, aseguren una educación que satisfaga las legítimas aspiraciones de todos los protagonistas del campo educativo: la familia, los docentes, las Iglesias y comunidades religiosas, el Estado.

A nadie escapa que no vivimos una época de cambio sino un “cambio de época” con toda la carga de esperanza e incertidumbre que esto acarrea. Tampoco que vivimos un proceso de globalización, con elementos positivos y negativos, como todo lo histórico. El centro de este proceso, que incorpora elementos familiares, culturales, económicos, políticos, religiosos, es sin duda la “cuestión social”. Pero no hay que olvidar que la cuestión social, como dijo Benedicto XVI, es ahora  “una cuestión antropológica” (Encíclica Caritas in Veritate,75) que implica una cuestión educativa que no puede ser postergada. Por esta razón, es necesario “un nuevo impulso del pensamiento para comprender mejor lo que implica ser una familia; la interacción entre los pueblos del planeta nos urge a dar este impulso, para que la integración se desarrolle bajo el signo de la solidaridad en vez del de la marginación” (Ibíd, 53).

La educación no puede ser entendida simplemente como adiestramiento del individuo a la vida pública en la que actúan diferentes corrientes ideológicas que compiten entre sí por la hegemonía cultural. En este contexto, la formación de la persona responde a otras exigencias: la afirmación de la cultura del consumo, de la ideología del conflicto, del pensamiento relativista, etc. Es necesario, por lo tanto, humanizar la educación y esto significa “poner a la persona al centro de la educación, en un marco de relaciones que constituyen una comunidad viva, interdependiente, unida a un destino común”. Una educación así entendida no es otra cosa que un “humanismo solidario” que da su justo lugar a la familia restituyendo su pacto ahora roto con la escuela; se pone al servicio de todo el cuerpo social; ofrece un servicio formativo y no meramente informativo; no se limita a que los profesores enseñen y los alumnos aprendan sino que procura favorecer espacios de encuentro y confrontación para crear proyectos educativos válidos; rompe los muros de la exclusividad; promueve los talentos individuales y sabe prudentemente extender el perímetro de la propia aula en cada sector de la experiencia social, donde la educación puede generar solidaridad, comunión y conduce a compartir (Cf. Congregación Para la Educación Católica: “Educar al humanismo solidario” Roma, 16 de abril de 2017). Para decirlo con una palabra: es indispensable proponer un “nuevo modelo ético-social frente al paradigma de la indiferencia”.

Lo que hoy está en juego, en la educación, es el ser humano, su dignidad, la vivencia de su condición y su capacidad de transformar la realidad a través de una sana conformación de su razón y el correcto ejercicio de su libertad. El peligro más grave de la humanidad no es la violencia, la inseguridad, la desigualdad o pobreza material. Estos son, sin ninguna duda, grandes desafíos. Pero lo más grave es la posibilidad de destruir lo humano. La esencia de lo humano es la búsqueda de la verdad y el recto ejercicio de la libertad, en otros términos, la capacidad de vivir más allá de sí mismo en la alegría de amar, instaurando innumerables relaciones con los otros seres humanos, la creación y el Creador mismo. Sí, con Dios mismo, porque donde Dios está ausente los valores y las estructuras justas, que no nacen de la sociedad y tampoco en ella fundan el consenso, exigen una búsqueda fatigosa pero indispensable a la luz de los valores fundamentales, con todo el empeño de la razón política, económica y social. Se abre de este modo un amplio campo en el que las religiones pueden hacer un gran aporte, en el respeto de una sana laicidad por lo demás esencial a la tradición cristiana en busca de una recta ratio que no proviene de las ideologías ni de sus promesas sino del hombre cuando aplica su razón al descubrimiento de la verdad con el coraje de ir hasta el fundamento último de la realidad en medio de la cual vive.

A nadie escapa que estas reflexiones no contienen un específico programa educativo. Tampoco se lo proponen. Sólo quieren advertir sobre el “núcleo” del problema de la educación que luego debe, necesariamente, traducirse en diseños curriculares y programas concretos que lo pongan en práctica. Ese es el trabajo de los pedagogos, de los expertos en las ciencias de la educación y, también, inevitablemente, de los docentes, principales protagonistas del acto educativo. Me limito aquí a señalar un fundamento, una dirección, un rumbo que puede y debe concentrarse en tres desafíos muy concretos que señala el Documento de la Congregación para la Educación Católica arriba mencionado: la interculturalidad; el diálogo interreligioso; la relación entre la religión y los valores ético sociales. Cada uno de ellos abre a un mundo que es necesario explorar con coraje y talento científicos. El cambio epocal que estamos viviendo y cuya dinámica nos es dado experimentar sólo parcialmente tiene una evidente necesidad de una discusión amplia, veraz y concreta. Si la misma no se diera, los cambios educativos sólo quedarán en la periferia sin alcanzar el fundamento siendo, por ello mismo, ineficaces.

Es indispensable que los niños y jóvenes de hoy sean capaces – por la educación – de amar la realidad, de acogerla y transformarla. Lo que está en juego es su capacidad de relación, de encuentro, de sentirse corresponsables de una realidad histórica que no es solo disfrute o consumo y que exige de ellos una entrega personal, solidaria, para el cuidado y la mejora de sí mismos y de la “casa común”.

Fuente: Parte de Prensa