Fecha: 2019-09-09 04:17:00


El Papa vuelve a advertir sobre la tentación de la “mundanidad espiritual”


Hay temas que, aunque pasan desapercibidos para los grandes medios de comunicación, se repiten de forma sistemática en las enseñanzas del Papa Francisco. Entre ellos podemos encontrar el constante pedido que les dirige a los Obispos, sacerdotes y consagrados a evitar caer en la “mundanidad espiritual”.

Hay temas que, aunque pasan desapercibidos para los grandes medios de comunicación, se repiten de forma sistemática en las enseñanzas del Papa Francisco. Entre ellos podemos encontrar el constante pedido que les dirige a los Obispos, sacerdotes y consagrados a evitar caer en la “mundanidad espiritual”.

En Mozambique

Así volvió a ocurrir esta semana en Mozambique en el encuentro de Francisco con obispos, sacerdotes, consagrados, seminaristas, catequistas y animadores que se realizó el 5 de septiembre de 2019 en la Catedral de la Inmaculada Concepción de Maputo.

En el marco más amplio de una pregunta sobre la crisis de identidad sacerdotal, el Papa entra a considerar el tema del “cansancio” y lo vincula con la necesidad de evitar “correr tras aquello que redunde en beneficios personales” y en su lugar afirma que “nuestros cansancios deben estar más vinculados a nuestra capacidad de compasión”. Luego vuelve sobre el cansancio y dice: “La cercanía cansa, cansa siempre. La cercanía al Santo Pueblo de Dios. La cercanía cansa. Es hermoso encontrar un sacerdote, una hermana, un catequista…, agotados por la cercanía”.

Ahora bien, a diferencia de ese cansancio por cercanía, hay un cansancio que viene de la mundanidad espiritual. Lo dice así: “Renovar el llamado muchas veces pasa por revisar si nuestros cansancios y afanes tienen que ver con cierta “mundanidad espiritual”, «por la fascinación de mil propuestas de consumo que no nos podemos quitar de encima para caminar, libres, por los senderos que nos llevan al amor de nuestros hermanos, a los rebaños del Señor, a las ovejitas que esperan la voz de sus pastores» (Homilía en la Misa Crismal, 24 marzo 2016). Renovar la llamada, nuestra llamada, pasa por elegir, decir sí y cansarnos por aquello que es fecundo a los ojos de Dios, que hace presente, encarna, a su Hijo Jesús. Quiera Dios que en este sano cansancio encontremos la fuente de nuestra identidad y felicidad. La cercanía cansa, y este cansancio es santidad”.

En Evangelii Gaudium

El Papa Francisco suele insistir mucho sobre el tema de la “mundanidad espiritual” como una de las grandes tentaciones de los agentes evangelizadores. Así lo decía en su documento programático Evangelii Gaudium: “La mundanidad espiritual, que se esconde detrás de apariencias de religiosidad e incluso de amor a la Iglesia, es buscar, en lugar de la gloria del Señor, la gloria humana y el bienestar personal. Es lo que el Señor reprochaba a los fariseos: «¿Cómo es posible que creáis, vosotros que os glorificáis unos a otros y no os preocupáis por la gloria que sólo viene de Dios?» (Jn 5,44). Es un modo sutil de buscar «sus propios intereses y no los de Cristo Jesús» (Flp 2,21). Toma muchas formas, de acuerdo con el tipo de personas y con los estamentos en los que se enquista. Por estar relacionada con el cuidado de la apariencia, no siempre se conecta con pecados públicos, y por fuera todo parece correcto. Pero, si invadiera la Iglesia, «sería infinitamente más desastrosa que cualquiera otra mundanidad simplemente moral»” (n. 93).

En cuanto a sus formas, el Papa señala que “esta mundanidad puede alimentarse especialmente de dos maneras profundamente emparentadas. Una es la fascinación del gnosticismo, una fe encerrada en el subjetivismo, donde sólo interesa una determinada experiencia o una serie de razonamientos y conocimientos que supuestamente reconfortan e iluminan, pero en definitiva el sujeto queda clausurado en la inmanencia de su propia razón o de sus sentimientos. La otra es el neopelagianismo autorreferencial y prometeico de quienes en el fondo sólo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico propio del pasado. Es una supuesta seguridad doctrinal o disciplinaria que da lugar a un elitismo narcisista y autoritario, donde en lugar de evangelizar lo que se hace es analizar y clasificar a los demás, y en lugar de facilitar el acceso a la gracia se gastan las energías en controlar. En los dos casos, ni Jesucristo ni los demás interesan verdaderamente. Son manifestaciones de un inmanentismo antropocéntrico. No es posible imaginar que de estas formas desvirtuadas de cristianismo pueda brotar un auténtico dinamismo evangelizador” (n. 94).

En otro pasaje también advierte que la mundanidad “se alimenta la vanagloria de quienes se conforman con tener algún poder y prefieren ser generales de ejércitos derrotados antes que simples soldados de un escuadrón que sigue luchando. ¡Cuántas veces soñamos con planes apostólicos expansionistas, meticulosos y bien dibujados, propios de generales derrotados! Así negamos nuestra historia de Iglesia, que es gloriosa por ser historia de sacrificios, de esperanza, de lucha cotidiana, de vida deshilachada en el servicio, de constancia en el trabajo que cansa, porque todo trabajo es «sudor de nuestra frente». En cambio, nos entretenemos vanidosos hablando sobre «lo que habría que hacer» —el pecado del «habriaqueísmo»— como maestros espirituales y sabios pastorales que señalan desde afuera. Cultivamos nuestra imaginación sin límites y perdemos contacto con la realidad sufrida de nuestro pueblo fiel” (n. 96).

Tres peldaños de la mundanidad

En un encuentro con participantes de un Congreso organizado por la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada, el Papa señalaba tres peldaños “para pasar de la consagración religiosa a la mundanidad religiosa: Primero: el dinero, es decir, la falta de pobreza. Segundo: la vanidad, que va desde el extremo de hacerse un "pavo real" hasta pequeñas cosas de vanidad. Y tercero: la soberbia, el orgullo. Y a partir de ahí, todos los vicios. Pero el primer peldaño es el apego a la riqueza, el apego al dinero. Vigilando ese, los otros no vienen. Y digo a las riquezas, no solo al dinero. A las riquezas. Para discernir qué está sucediendo, este espíritu de pobreza es necesario” (4 de mayo de 2018).

Las tres “p”

En ese mismo discurso el Papa presenta las tres “p” para los consagrados ante las tentaciones: “La plegaria, la pobreza y la paciencia”.

Y concretamente sobre la munidad, también a los Obispos Centroamericanos en Panamá el 24 de enero de 2019 les habló de la “mundanidad espiritual” y su conexión con la pobreza como antídoto para no caer en esta tentación: “Quisiera recordar con ustedes lo que san Ignacio nos escribía a los jesuitas: «la pobreza es madre y muro», engendra y contiene. Madre porque nos invita a la fecundidad, a la generatividad, a la capacidad de donación que sería imposible en un corazón avaro o que busca acumular. Y muro porque nos protege de una de las tentaciones más sutiles que enfrentamos los consagrados, la mundanidad espiritual: ese revestir de valores religiosos y “piadosos” el afán de poder y protagonismo, la vanidad e incluso el orgullo y la soberbia. Muro y madre que nos ayuden a ser una Iglesia que sea cada vez más libre porque está centrada en la kénosis de su Señor”.

Quiera Dios que todos los cristianos seamos dóciles al Espíritu para configurarnos con Jesús y no caer en la tentación de la mundanidad.

Fuente: Parte de Prensa