Fecha: 2023-10-17 03:40:42


La revelación que llevó a Raúl Alfonsín a la victoria en 1983


En su libro “Ahora Alfonsín” los periodistas Rodrigo Estévez Andrade y Matías Méndez reconstruyen una campaña histórica. Del rezo laico del Preámbulo a una convicción ganadora.

Llegados a esta altura del año, empieza el balance de las lecturas del año que se anticipan a las listas de diciembre sobre los mejores libros del año. Es indudable que Ahora Alfonsín, de Rodrigo Estévez Andrade y Matías Méndez, va a rankear muy alto. Pero podría decirse que este no es sólo uno de los mejores libros del año, sino que es uno de los mejores libros de los cuarenta años. Porque ahora que se llega a las cuatro décadas de democracia ininterrumpida, y aún en medio de una crisis institucional y económica que golpea fuerte, ya nada parece poner en duda la continuidad republicana y constitucional del país. Si la famosa promesa de campaña de Raúl Alfonsín: “Con la democracia se come, se cura y se educa” todavía no ha sido resuelta, la clave está en el todavía y no en la democracia.

La tentación en esta reseña es hacer una serie continua de todas las citas de Alfonsín que los autores transcriben a lo largo del libro. Como orador hábil y diestro, Alfonsín sabía qué, cómo y cuándo hablar. Y también sabía que, como político, tenía a la vez un rol pedagógico. Citas como estas:

* “Este es el comienzo de cien años de democracia”.

* “La democracia moderna necesita sindicatos fuertes, capaces de hacer valer los derechos de los trabajadores, independientes del gobierno, de las empresas y de cualquier parcialidad política”.

* “Hemos peleado para derrotarnos, en vez de comprender que entre todos debíamos afianzar la libertad y la democracia”.

* “Sigan a las ideas, no sigan a los hombres. Los hombres pasan, las ideas quedan y se transforman en antorchas que mantienen viva la democracia”.

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Pero el gran logro de Ahora Alfonsín está justamente en que pone en el centro de la escena a todos aquellos que, en aquel momento, se habían mantenido en un espacio secundario para no quitarle protagonismo al candidato. No sólo con testimonios actuales de los radicales que participaron en la campaña —y ahí aparecen las voces de Federico StoraniMarcelo StubrinEnrique “Coti” NosigliaJosé Ignacio López—, sino también de los periodistas que la cubrieron, y un extraordinario trabajo de archivo y confrontación de fuentes de la época.

Ubicado en el período 1982-1983, Ahora Alfonsín —título que recoge la frase de campaña junto con el icónico RA— recorre obsesivamente los hechos de esa época y, por momentos, hace una reseña día por día para comprender cómo era visto Alfonsín y el radicalismo, qué pasaba con los otros candidatos, cómo era el despertar democrático de una sociedad en la que había personas de 26 años que nunca había votado.

La noche del 30 de octubre de 1983, justamente por eso, quedará en la historia. La euforia de los radicales se mezclaba con la sorpresa. Desde hacía 38 años, el peronismo ganaba todas las elecciones —en las que les habían permitido participar— y parecía tan evidente una nueva victoria que las imágenes previas los mostraban altivamente triunfadores.

Una multitud. El cierre de campaña de la Unión Cívica Radical en el Obelisco, en 1983. (AFP)

Una multitud. El cierre de campaña de la Unión Cívica Radical en el Obelisco, en 1983. (AFP)

A un mes de las elecciones gana Luder”, había publicado la revista Somos. Tenían más afiliados, habían hecho un cierre de campaña mucho más multitudinario, los medios cubrían las elecciones internas como si fueran al ganador definitivo. Incluso la dictadura saliente estaba más cerca del peronismo; se dice que habían hecho un pacto para asegurarse que la transición y el posterior tiempo democrático los librara de juicios y responsabilidades por los crímenes que habían cometido. Fue Alfonsín, de hecho, quien lo denunció.

Apoyándose en el movimiento de Renovación y Cambio dentro de la Unión Cívica Radical, Alfonsín aparecía como un hombre de acciones audaces y convicciones firmes. Fue uno de los pocos —si no el único— que no dio su apoyo automático en la Guerra de Malvinas. Consideraba la causa como un reclamo nacional legítimo, pero no a quienes la llevaban adelante.

Un mes después de la capitulación, Alfonsín organizó un encuentro en la Federación de Box, a pesar de la prohibición a los partidos que había impuesto la dictadura; fue tal la cantidad de gente que se reunió que forzó a los militares a levantar ese mismo día la veda. Fue el candidato que abordó con mayor firmeza el juicio y castigo por los crímenes del régimen. Fue el hombre que opuso constitucionalidad al autoritarismo. Remedando a Yrigoyen, que decía: “Mi programa es la Constitución”, Alfonsín cerraba cada acto con el “rezo laico” del Preámbulo.

La tapa de Somos. Pronosticaban el triunfo del peronismo.

La tapa de Somos. Pronosticaban el triunfo del peronismo.

La victoria de Alfonsín no puede entenderse sino a partir de su figura, pero también, y en buena medida, se debe al fracaso del peronismo. Perdidos en sus propios laberintos, con las peleas internas desbocadas, con la falta de un líder claro y la figura fantasmática de Isabel Perón, sumado a las ambiciones mal negociadas de los viejos caudillos que no le daban lugar a los jóvenes, el camino fue caótico y violento. “El peronismo anunció su binomio [Luder-Bittel] 414 días después del levantamiento de la veda política”, escriben Estévez Andrade y Méndez, “mientras que Alfonsín abrió una oficina de campaña y comenzó a trabajar en plena ola malvinense porque advirtió que la dictadura tenía los días contados y volvía la política”.

Dicen que fue Raúl Borrás, amigo cercano de Alfonsín y ministro de Defensa durante su mandato —murió en el cargo en 1985—, el primero en darse cuenta de la victoria. Y lo hizo con apenas 160 votos: con los datos que llegaban desde la Antártida. Tres de cada cuatro votantes eran militares que sabían que Alfonsín iba a derogar la autoamnistía. Si en esas condiciones ganaban 102 a 58, no había otro resultado posible.

Para quien haya leído Alfonsín. El planisferio invertidola fantástica biografía de Pablo Gerchunoff que salió por Edhasa el año pasado —otro libro del año—, Ahora Alfonsín funciona como una lupa de gran aumento sobre el tiempo de “la inspiración de Alfonsín”.

Con comillas porque es un término de Gerchunoff: el tiempo de la inspiración es el tiempo en que Alfonsín comprende que su vocación política debe tener a la república y a la democracia por encima de cualquier aspiración. Con esa convicción gana la interna, con esa convicción llega a la presidencia.

Hay muchas escenas potentes, pero tal vez una particular grafique claramente esta idea. La noche de la victoria, Estévez Andrade y Méndez escriben que Jorge “Chacho” Marchetti le dijo a Alfonsín que en la Plaza de la República se habían encontrado jóvenes radicales, peronistas e intransigentes y que todos se habían abrazado al grito de ¡Ar-gen-tina, Ar-gen-tina! “Qué linda noticia me da”, dicen que dijo Alfonsín, y de pronto la emoción pareció apropiarse de su cara por primera vez.

Tristemente, da la sensación de que en pocos días, el 22 de octubre, cuando se sepan los resultados de la primera vuelta en las elecciones presidenciales de este año, no va a haber lugar para que se dé un abrazo como aquel. Esa es una de las razones por las que Ahora Alfonsín es un libro urgente: porque, más allá de quien sea su protagonista, es la prueba de la capacidad conciliadora y democrática en la que se sostiene el país. Ya es tiempo de que volvamos a recordarlo.

“Ahora Alfonsín” (Fragmento)

El gesto, si bien marcial y protocolar, no carecía de esas pinceladas de noble amateurismo que por momentos se apoderaban de la casaquinta de Cura Allievi 55. Después de largas horas de espera, ese “ojo, que ahora custodiamos al presidente” fue el anuncio de un cambio de época. Desde atrás de unos tupidos bigotazos, el oficial en jefe de la custodia se dirigió así a dos subalternos de la Policía Federal que estaban asignados para cuidar al candidato durante las últimas jornadas de la campaña electoral. Cinco automóviles Ford Falcon con los motores en marcha y las luces de posición encendidas, con esas características patentes porteñas de la letra C (cuya numeración, blanca sobre negro, empieza en 1113), con choferes de sobaquera armada, vestidos de traje y corbata, aguardan detrás del cerco de ligustrina en aquel enclave de Boulogne, donde una numerosa familia de clase media de Chascomús rodea a su integrante más célebre: un hombre de 56 años que no pierde su calma campechana y repite –una y otra vez– “hay que esperar, hay que esperar”, mientras el reducido núcleo de amigos que lo acompaña ya no reprime el “¡vamos, Raúl, carajo!”.

Por azar, Eduardo Metzger atiende el teléfono; una voz de mando lo saluda y le pide que lo comunique con el doctor Alfonsín. “No puede tomar la llamada”, responde el productor. “Soy el comisario general a cargo de las custodias, transmítale que a partir de este momento el responsable de su custodia es el comisario Omar Tirelli, que ya se está dirigiendo hacia allá”, informa lacónico. Antes de cortar Metzger pide que le deletree el apellido y lo anota. Al productor –el hiperquinético, el de los avisos, los móviles, los éxitos de TV– le tiemblan las piernas. Inmóvil, con el tubo en la mano, repite mentalmente dos veces: dijo presidente.

Ajeno al despliegue policial, el futuro ministro de Economía y Finanzas Públicas, Bernardo Grinspun, grita: “¡Cagaste, Raúl, ganamos!”, y estalla en una ruidosa carcajada que huele más a desahogo que a festejo. María Lorenza Barreneche lo mira sorprendida desde un sillón incómodo y hundido por el paso del tiempo. Por sobre su cabeza pasa un extenso cable de teléfono; el que intenta escuchar es Aldo Neri.

Se trata del mismo aparato blanco con el que Luis Caeiro y Víctor Martínez van a batallar un poco más tarde contra la larga distancia de Entel, pugnando por acceder a los resultados de Córdoba, en una disputa cuerpo a cuerpo por el uso de la línea con los periodistas que dictan aceleradamente sus textos a los editores. Eran tiempos en que las comunicaciones de larga distancia debían solicitarse con antelación a la operadora, no siempre se concretaban, había que esperar varios minutos –a veces incluso horas– para recibir el ansiado llamado que prometía la conexión requerida. Y generalmente la fritura entorpecía el audio.

Fuente: Infobae